lunes, 26 de enero de 2009

TIEMPO DE DEBATE

"¿No querés venir a ver una performance?", pregunta un joven a un amigo en Florida al 900. "¿De qué se trata?", indaga el otro. "Ni idea, pero ¡vamos! Es una experimentación y después hay un happening". Mientras tanto, en el altillo de algún departamento de Buenos Aires un grupo de personas mira una película clandestina, amuchados, sentados en el suelo, pero con la emoción de estar viendo algo prohibido. De a ratos, paran la proyección para charlar entre mates.

Corrían los años 60. Perón estaba en el exilio y Argentina no era indiferente a lo que pasaba en el mundo: la guerra de Vietnam, el hippismo y el Mayo Francés, tenían sus repercusiones el que en ese entonces pocos se animaban a denominar Tercer Mundo. Los militares, al mando de Onganía, se hacían cargo del poder, de prohibir las reuniones que no querían que se concretaran y de acallar las voces que no deseaban escuchar. El Instituto Di Tella, inaugurado en 1958 por Guido y Torcuato Di Tella en el décimo aniversario de la muerte de su padre, marcó un hito en la historia del arte en Buenos Aires. Fue ícono de la vanguardia artística, de la innovación escénica y de la investigación. Su objetivo era modernizar las artes argentinas, acercando los protagonistas jóvenes a las experiencias de vanguardia que se daban en París, Londres y Nueva York. Pero como en la obra de Griselda Gambaro, una de las artistas que se gestó en el instituto, "De eso no se habla". Porque todos los aciertos del Di Tella quedaron enmascarados tras las caretas de la superficialidad. De lo que sí se habla es de las fiestas que se organizaban y del lenguaje americanizado que incorporaron sus concurrentes, pero no del avance que significó este centro cultural para la movida cultural argentina.
Es que la mayoría de las personas que asistían al instituto no eran como esa otra gente que se reunía a escondidas a mirar el largometraje "La hora de los hornos", de pino Solanas, en el que se mostraban las fatídicas imágenes de la pobreza en Latinoamérica y se denunciaba a los culpables de tanta desigualdad. Los del Di Tella eran "gente bien". Sin ánimo de generalizar, seguramente alguno de los artistas del instituto había visto clandestinamente "La hora de los hornos", pero el nivel de compromiso social no le llegaba ni a los talones al de los jóvenes que filmaron la película, se metieron en la Sociedad Rural con identidades falsas y no se taparon los ojos al ver las fotos del Ché Guevara ensangrentado minutos antes de que lo asesinaran en Bolivia. Para ellos ver la película era un orgullo.
En ese entonces había veinte copias de La hora de los hornos que circulaban en secreto por todo el país. Hoy el film se puede conseguir en varios videos de barrio, pero ni el compromiso social ni el debate político ni el orgullo son como los de aquella época. Es que los años pasaron y, terror, muertes y desapariciones de por medio, la militancia se redujo, los partidos hoy sufren una terrible crisis de representatividad y la gente "no se mete en política”. La mayoría de los jóvenes de hoy prefieren el capítulo de Montecristo y el partido de Boca, antes que sentarse cinco horas a ver esa película.
Hacer arte es positivo y siempre vale la pena. Pero hacer cosas artísticas con mucho es más fácil que hacerlas con poco, -o con casi nada. Yeso es lo que marca la diferencia abismal entre las producciones del Di Tella y el film de Pino Solanas, aunque este último contaba con ciertos beneficios económicos -no venía de una villa miseria- tampoco estaba al nivel de los chicos del instituto.
Pero hay un puente que achica la distancia entre el grupo de jóvenes que iba a ver las performances en Florida y el otro que se juntaba en la casa de algún desconocido a debatir. Ambos eran partícipes de la obra artística. El movimiento cultural tanto del Di Tella como de La hora de los hornos, invitaba a la desaparición del espectador pasivo, incluía al público, lo incorporaba al proceso creativo. El escenario se ampliaba sobre la platea, los actores se dirigían a los observadores y, en la película, unos carteles se congelaban en la pantalla proponiendo al público debatir. Es que el film daba mucho para a hablar, y sigue dándolo.
Las denuncias de La hora de los hornos siguen vigentes: todavía hay pobreza, gente que muere de hambre, hay desigualdad y una brecha cada vez más grande entre los ricos y los desafortunados. América Latina sigue estando en guerra, una diferente a la que anunciaba en su primer parte la película, pero muy muy lejos de la paz.
El arte de hoy no innovó mucho más allá del espectador activo y al público actual ya no le sorprende que lo llamen al escenario o que los actores paseen por los pasillos y los rocen o les tiren agua. Un proyecto se destacó en estos años: proponía la interacción de un sólo actor con un sólo espectador. Había varios actores pero cada uno monologueaba frente a una única persona,~ se afectaban mutuamente y se comunicaban. Esto también es la ruptura de la pasividad del público, pero se acortan aún más las distancias entre el actor y el espectador, están solos y eso genera cierta complicidad y también algo de incomodidad. Este proyecto no pasó del under del off off Corrientes y no llegó a la popularidad; una lástima.
Pero, ¿existe en la actualidad alguna herencia evidente tanto del Di Tella corno de La hora de los horno~? Sí. No con un 100 por ciento de la información biológica igual, pero sí con algunos que otros genes mutados. Los hijos y nietos de los locos de la Mnzana de las Luces, estudian cine en la FUC, en San Telmo, teatro con Nora Moseinco o comedia musical con Pepito Cibrián. Son los que tienen los recursos para pagar los estudios con los conocidos profesores que luego les abren las puertas al negocio del arte. Es que actualmente todo es un gran negocio: para llegar a triunfar hay que tener contactos. Muy pocos logran sobrevivir de su profesión artística, sin hacer otro trabajo paralelamente, y llegaron por su talento sin contactos y sin dinero.
Hoy en cierto modo hay democracia y libertad de expresión. No hay necesidad de hacer películas ni obras clandestinas, supuestamente no hay nada prohibido. Pero hay otras trabas que dejan que los herederos de La hora de los hornos continúen en secreto: las trabas económicas. Estudiar en las escuelas prestigiosas es caro y muchos no se pueden dar ese lujo porque necesitan la plata para comer. ¿Cuántos excelentes actores habrá en los talleres gratuitos y en los centros culturales de barrio? No se si estas personas son o no herederas de La hora de los hornos en cuanto a su compromiso social, pero sí están condenadas a la clandestinidad, corno aquellas. Las prohibiciones no son explícitas pero existen.
En cuanto a cine y teatro de protesta, falta valentía y creatividad. La película de la fuerza aérea no deja de ser una maniobra política del gobierno, las obras de Los Macocos no revelan nada nuevo y Teatro por la Identidad ... podría ser pero está lejos de igualar aquella creación de Solanas en la que conjugó su experiencia corno publicitario con las imágenes más crudas que la injusticia social para dejar al público con la boca abierta, esperando ansioso que llegara el tiempo de debate.

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